Imagine un sitio
infinito lleno de recursos infinitos. Un sitio donde podría ir hacia
donde desee, abierto hacia un abismo inmensurable, hacia lugares
nuevos a cada paso. Un lugar así es al cual pertenecemos, nuestro
universo, pero la mayoría de nosotros ignoramos las afueras de la
Tierra como algo ajeno, algo imposible. No conocemos que nuestra
pertenencia y ubicación son tan inquietantes y maravillosas al mismo
tiempo. Que estamos constantemente girando, no sólo con la Tierra
sobre su eje, si no al rededor del Sol, y no sólo ésto, el Sistema
Solar al rededor del centro de la Vía Láctea y ésta alrededor del
centro del Grupo Local junto a otras galaxias y éste alrededor del
Súper-cúmulo de Virgo y éste también al rededor del Súper-cúmulo
de Súper-cúmulos locales y todavía más. Y mientras giramos
estamos en un punto diferente del universo constantemente, nunca
volvemos al punto en el cual estábamos antes. Cada segundo de
nuestras vidas pertenece a un sitio único e irrepetible. El tiempo
no es más que estar en un punto diferente en este espacio
inimaginable por su extensión. El tiempo no es tiempo, es
espacio-tiempo, es cambiar a todo momento. Y una maravillosa
manifestación de todo ésto es la vida, la existencia o existir
dentro un universo tan grande, vasto y enigmático, tan lleno de caos
y armonía. Su existencia es parte de eso también.
18 de febrero de 2016
15 de febrero de 2016
Atardecer
Por -y para- la sublime cualidad.
Qué bello
atardecer. El sol, ya bajo, exhausto de resistir en la altura,
languidece anaranjado mientras las nubes, pomposas y algodonosas,
yacen ubicadas con cierto celo escondiéndole medio cuerpo, su mitad
superior, y hacia los lados, coronándola hermosa, como una tiara, a aquella
dorada melena resplandeciente. Ya creo que el mundo, o la mente,
tienden a volverse incomprensibles y sólo desea uno entonces
esclarecer el panorama. Las aves revuelan mansas y brillan una luz,
un fulgor, que les desviste ante miradas ajenas el goce que su vuelo
la naturaleza ha agraciado. Cielo y viento, viento y copa. Sopla el
aire con su habitual indiferencia, con su roce de desmesurada
decencia ¿Cuánto han de resonar, hermosas e inéditas en cada nuevo
caso, las hojas de los árboles? Su canto y danza es acompañado por la
hierba, vigorosa, fuerte e impasible, tan verde y solitaria pero siempre compañera. Qué bello atardecer. Los sonidos endulzan mis
oídos; un piano se oye a lo lejos, una melodía de Liszt resuena.
Todos somos partidarios de la belleza. Sólo hemos de aceptarla tal y
como es; así como se muestra.
A lo lejos sólo
vastos prados se observan y más allá, sutiles y abruptas, debajo de
las nubes, privan de mi vista al horizonte algunas colinas con el
mismo manto que lo que las antecede. No muy lejos de mí, entre
tantos árboles danzantes, postrado un Crespón se muestra siempre
vestido de verano, o al menos eso suelo creer. Así como también
suelo creer que la naturaleza nos pertenece a nosotros los seres
vivos, pero no como una pertenencia egoísta sino como se pertenecen
nuestro cerebro y nuestro cuerpo. Como uno solo, como una entidad
única. Somos la naturaleza. Silban los gorriones mientras uno finaliza su paupérrimo nido (paupérrimo para un ser ambicioso)
con una felicidad que contagia. Mi gato ya no caza, se contenta con
la comida de casa. Observa ahora a los gorriones, como si sintiese
que en un pasado ello significaba algo, pero se limita a descansar y
ronronear sobre mi regazo. A estas alturas, correr detrás de algo es
correr huyendo de otro algo.
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