Páginas

24 de septiembre de 2018

    Una flor solitaria en medio del camino se erguía vigorosa. Sus cuantisiosos pétalos, algo peculiares por la inclinación hacia abajo de algunos, poseían una preciosa magnificencia por su vívido color blanco. Yo, iba cavilante, como de ensueño, imaginando paradasíacos paisajes o embravecidas batallas, y la flor de repente me distrajo. Con detalle, podía verle desde donde posaba y ¡tal fue mi sorpresa cuando experimenté algo jamás visto desde lo más hondo de mi alma! Una llama recorría desde mi estómago hasta mi pecho, haciendo arder hasta mi orgullo ¿Qué hombre ha de ser acobardado y avergonzado ante una mera flor?