Páginas

20 de octubre de 2020

Palabro

   Es mi conciencia, compañera conciencia, una distractora de tu consecuente y constante advenimiento.

   Cuando sucedes intento atraparte, no con mis manos sino con la maravillosa atención, y entonces huyes. Socavado por ello me pregunto ¿por qué te paras sólo detrás de mí? ¿o acaso no es así? Siempre que volteamos a observarte te desvaneces, casi sin rastro alguno de fulgor.

   Logramos al rato pensarte, en parte, y notamos que en un momento te experimentamos completamente, pero cuando ponemos un ojo en ti, huyes. Y cuando lo haces siento entonces que me dinamité, que he destrozado mi entereza para encontrarte y lo único que me queda es que no te hallo, no logro encontrarte en ninguno de los trozos que quedan de mí.

   En cambio, cuando te experimento, y no es fuera, sino como si observáramos juntos, es cuando encuentro grandes obras propias de la exaltación. Noto así, que no tiene mi lenguaje, que yo sepa, una palabra para ese estado en el que confluímos. Y no podría tampoco tenerlo, si lo tuviera lo banalizaría y destrozaría, como cuando intento tomarte con mi intelecto.

   Siempre que te busco te muestras lejos, en el horizonte, como un viejo recuerdo. Es sólo cuando me olvido de tí o algo similar, que disfrutas alegre junto a mí y ya no se ve ese borroso horizonte, que nos encontramos inmersos en una especie de esfera desde donde se ven todos los puntos cardinales al mismo tiempo, si es que puede ser llamado así.

   No te aguardaré entonces, no deberé voltear a buscarte ni hablaré glorias de ti. No tendré ansias de verte llegar ni te daré valor alguno si así me lo haces presumir. Te amaré, sólo te amaré como quien ama a su madre progenitora o a un ave volando, porque ese es mi veredicto en base a quien soy. Serás tú quien azote mis incongruencias con tu inherente advenimiento incesante.