Hay una urgencia por rescatar la esencia y los valores solidarios. Hay una urgencia por refrescar a las personas del ámbito político que sólo persiguen ambiciones personales. Hay una urgencia por revivir la convicción de que el trabajo, en todas sus formas, es para con el otro y no para uno; que debe ser fuente generadora de herramientas que ayuden a trascender a los individuos en todas sus formas. Hay una urgencia de resolver si nuestras creencias, deseos, impulsos y convicciones personales son las únicas válidas, cual personaje mesiánico, o si el mero hecho de ser entre todos y para todos es más sensato. También, de saber si en el quehacer diario reivindicamos el tener, acumular, o el crear, progresar; de resolver en definitiva, si cada uno se salva a sí mismo o qué.
No quiero parecer, ni pecar, de ingenuo. Cada individuo debe ser responsable de cuidarse de las malicias que pueden existir, aquí jugará la perspicacia de cada quién. Tampoco quiero caer en una suerte de obviedad, sólo es que, a veces, nos vemos obligados a rescatar lo simple. Sólo creo que no debemos ser cínicos ante el amor. Descreer de la bondad y la sinceridad humana es degenerar en amargura, odio y resignación. Ésto resulta, a fin de cuentas, en desesperanza.